MÁRTIRES JESUITAS, al servicio del Oriente árabe (1975-1989)
por el P. Camille HECHAIMÉ s.j.

Dar el-Machreq

 

INTRODUCCIÓN

Jesuitas y Oriente árabe: relaciones antiguas

            Sabemos que San Ignacio de Loyola (1491-1556), fundador de la Compañía de Jesús, conoció de cerca a los árabes y musulmanes. Pese a las disposiciones represivas de la Reina de España Isabel la Católica que dio, a finales del siglo XV, a los musulmanes presentes sobre su territorio la posibilidad de elegir entre convertirse al cristianismo o marcharse, muchos de ellos siguieron viviendo en al-Ándalus. Ignacio nos cuenta en sus memorias personales que, en uno de sus viajes, poco después de su conversión, se encontró con un musulmán y caminaron juntos una cierta distancia. Tuvieron una conversación religiosa que no fue del agrado del santo. Lo que dijo el musulmán acerca de la Santísima Virgen María no convenía a la veneración que ella merece.

            Cuando la Compañía de Jesús vio la luz en 1540, orientó gran parte de sus actividades hacia el servicio del Oriente árabe y el acercamiento al Islam y a los musulmanes. Aseguraba, por ejemplo, la enseñanza del árabe y otras lenguas orientales en el Colegio Romano que fundó Ignacio en 1551 y que llegó a ser, diez años más tarde, el primer colegio de Roma. Asimismo, los jesuitas crearon, al lado del colegio, una pequeña imprenta para publicar varios textos árabes a cargo del P. Jean-Baptiste Eliano. El primer texto fue: Creencia de la fidelidad ortodoxa como es enseñada por la Iglesia de Roma (1566). El segundo es un libro dirigido a los musulmanes que, probablemente, Eliano trajo consigo de Egipto en uno de sus viajes. Es titulado: Es un acompañamiento espiritual entre los dos eruditos, uno se llama el jeque Sinan y el otro Ahmad el Sabio, en el camino de vuelta de la Kaaba que fue benéfico para todos los musulmanes y las musulmanas (1579). Se sabe que Eliano escribió en árabe o tradujo al árabe casi otros ocho libros.

            Cuando el Papa Gregorio XIII quiso renovar las relaciones fraternales entre la Sede de Roma y la Iglesia Maronita, envió al P. Eliano -que ya se había ejercitado en una embajada ante el Patriarca copto- como embajador junto con el P. Thomas Reggio. Esta misión se llevó a cabo entre los años 1578 y 1579. Después, el P. Eliano fue encargado de una embajada para el Líbano junto con el P. Jean Bruno y la llevó a cabo entre 1580 y 1582.

            Pocos años más tarde, los jesuitas se dirigieron a Egipto y Siria donde fundaron conventos y escuelas (1625: el convento de Alepo; 1650: una escuela en Aintura en el Líbano; 1697: un seminario en el Cairo) y publicaron libros árabes sobre diferentes dominios: espiritualidad, lingüística, literatura, pensamiento y libros de texto. Llevan publicando libros desde el siglo XVIII hasta ahora. Además, en sus numerosas instituciones educativas, sobre todo en su universidad que fundaron en Beirut hace un siglo y cuarto (1875), los jesuitas educan a generaciones de intelectuales cuyas competencias abarcan diferentes campos, sociales y religiosos, instándolos a que se junten y convivan.

            Puesto que la Compañía de Jesús es una comunidad de varias nacionalidades, su misión en Oriente cuenta con personas de distintos países que han dejado su tierra de origen para servir a la gente de su nueva tierra, la tierra donde van a pasar el resto de su vida, a la cual van a pertenecer y en la cual van a permanecer hasta la muerte.

            Las circunstancias de la guerra que estalló en el Líbano entre los años 1975 y 1990, hicieron que siete de esos religiosos, ninguno de ellos oriental -¡vaya paradoja!- derramaran su sangre en el país de los cedros mientras cumplían con su deber sin temor alguno, tras haber rechazado dejar el país a cuyo servicio se consagraron. Cabe destacar también que la mayoría de esos mártires trabajaban en el campo universitario, y algunos de ellos al servicio del encuentro entre el islam y el cristianismo.

            Presentamos a continuación una semblanza de cada uno de esos mártires, héroes silenciosos y sencillos, fieles a Dios, al hombre, a la verdad y al amor.

 

CONCLUSIÓN

La Compañía de Jesús, desde que se fundó a mediados del siglo XVI hasta ahora, o sea a lo largo de cuatrocientos sesenta y cinco años, ofreció en el altar del martirio centenares de sus hijos. Fueron todos mártires de la verdad y de la fe en decenas de tierras, desde el extremo de Japón y China hasta Suramérica, Centroamérica y América del Norte, y hasta África, Europa y nuestras tierras levantinas. Cabe destacar que muchos de ellos, por no decir la mayoría, fueron matados en tierras extranjeras, en las cuales se instalaron dejando lo más valioso que tenían para compartir las condiciones, los sufrimientos y las esperanzas de los demás. Prueba de ello los siete mártires que vimos morir en el Líbano durante la última guerra y que no eran libaneses: cinco eran de Francia, uno de Holanda y uno de Estados Unidos. La paradoja está en que nadie de sus compañeros libaneses sufrió nada, pese a todos los peligros que los rodeaban y toda la destrucción en las instituciones de la Compañía. Esa realidad parece como un llamamiento a los hijos de nuestra tierra para que se preparen ellos también a sacrificarse hasta el martirio por los demás, todos los demás, estén donde estén. Tertuliano, el pensador cristiano (155-222 aproximadamente), ¿no había dicho: “Todas las naciones son para los cristianos tierras extranjeras y toda tierra extranjera es su nación?” Ya no está permitido que uno se acurruque o que una nación se encierre dentro de sus estrechas fronteras. TODOS somos hermanos. Nuestra tierra levantina, que Dios eligió para que sea la cuna de las civilizaciones y religiones monoteístas sublimes, se le ha confiado una misión. Esa misión es un honor grandísimo. No es digno incumplirla ?

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