MÁRTIRES JESUITAS, al servicio del Oriente árabe (1975-1989)
por el P. Camille HECHAIMÉ, Dar el-Machreq

El P. Michel Allard (1924-1976), francés

 

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Father Michel Allard (1924-1976), French

Era uno de los orientalistas más famosos y uno de los pioneros del diálogo islamo-cristiano o, mejor dicho, del diálogo de culturas. Investigador minucioso y profesor de mucha cultura, abría de par en par las puertas del saber ante sus estudiantes, con sabiduría, paciencia y destacada capacidad para el análisis y la composición. En la administración universitaria aliaba la experiencia con la devoción.

Michel Allard nació en Brest cuando aún era una gran base marítima militar en el extremo Oeste de Francia. Su padre era oficial de la armada, por eso no era de extrañar que Michel amara el mar desde niño. Cuando terminó la secundaria en el colegio jesuita de aquella ciudad pensó primero seguir los pasos de su padre y entrar en la armada. Sin embargo, un retiro espiritual, poco después de su graduación, le hizo ver que Dios quería que embarcara hacia otra dirección. La Compañía de Jesús fue el destino desde el cual soltó las amarras para servir en Oriente.

Nada más terminar sus primeros años de formación espiritual y literaria, empezó en 1946 a estudiar la lengua y literatura árabes. Lo hizo en el instituto que la orden había creado especialmente para enseñar la lengua árabe a los extranjeros y que está situado en Bickfaya, en el Líbano. Luego se especializó en ese campo en la Sorbona, en París, que le otorgó el título de doctor tras haber redactado dos tesis, brillantes según los sabedores. La primera se titula: El problema de los atributos de Alá en al doctrina de al- Ashari y de sus primeros grandes discípulos. Fue publicada en 1965. La segunda es la comprobación de un manuscrito que había dejado el filósofo orientalista el P. jesuita Maurice Bouyges y se titula: Intento de cronología de las obras de al-Gazali. Fue publicada en 1959. Luego, publicó varias obras entorno a temas islámicos, una con el concurso de un familiar suyo, el erudito Gérard Troupeau, que se titula: Mensaje del Hadiz más honrado sobre el honor del monoteísmo y la Trinidad de Muhyeddine Al Asfahani (1962). Otra obra que escribió él junto con su compañero jesuita el P. Francis Hours y otros dos investigadores gira entorno al análisis conceptual del Corán sobre tarjetas perforadas. Publicó también varios textos apologéticos islámicos escritos por Abdallah ibn Abd al-Malik al-Yuwayni (muerto 1085/ 478 H) añadiendo una introducción y una traducción francesa.

Asimismo, escribió un libro en árabe titulado: La metodología científica y el espíritu crítico. A esas obras principales hay que añadir también el gran número de artículos científicos publicados en varias revistas especializadas, sea en teología, filosofía u orientalismo, y en la revista Trabajos y Días que él mismo dirigió durante un período de tiempo.

Quien lee sus libros y artículos nota enseguida qué clase de temas le interesaban: el estudio del islam y sus distintas confesiones así como la civilización árabe antigua y moderna. Se esforzaba en ir al encuentro del otro con total respeto y lealtad pero sin adulación. Lo que lo convirtió en uno de los primeros que allanaron el camino del diálogo entre las religiones y culturas. Tenía la firme convicción de que la diferencia no debe desembocar en la divergencia sino en el intercambio de dones para el enriquecimiento mutuo.

Esas posturas favorables al diálogo aparecieron también en su actividad docente y administrativa. Cuando lo nombraron en 1963 director del Instituto de Letras Orientales –cargo que ocupó hasta que falleció- impulsó como nunca el funcionamiento de esa institución. El número de sus doctorandos se multiplicó gracias a la buena reputación y la fama científica de su director. A finales del año 1975 ya había cerca de 800 doctorandos, de los cuales un tercio eran de Siria, Jordania, Palestina y el Golfo. Él personalmente dirigía un gran número de aquellas tesis tratando a los estudiantes como si fueran sus hermanos menores. Todos reconocen que tenía tanta ciencia como afecto y devoción.

Cuando la guerra estalló en el Líbano a mediados del año 1975, prosiguió el trabajo sin descansar, pese a los peligros y los acontecimientos trágicos que dificultaban la comunicación entre él y sus estudiantes. Viajaba a los países árabes para ver a sus estudiantes, aconsejarlos y dirigir sus pasos, y para que no tuvieran ellos que desplazarse y correr riesgo alguno. El 15 de enero de 1976, por la tarde, llegó agotado de Damasco y subió a su habitación del noveno. La mañana del día siguiente, mientras dormía, un obús lo “cosechó” como cosecha la hoz una espiga generosa cargada de granos.

El P. Allard murió a los cincuenta y dos años tras haberlo dado todo. Su barco lo llevó más allá de los mares, donde ya no hay ni Este ni Oeste. Lo llevó al mar de la inmortalidad preparado para los testigos mártires, testigos de la fe, el amor y la esperanza. La mejor expresión del martirio que Michel Allard sufrió por esas tres virtudes supremas, la fe, el amor y la esperanza, son aquellas palabras que intercambió, dos semanas antes de su muerte, con uno de sus compañeros jesuitas que fue más tarde rector de la universidad San José. Su compañero dijo: “Si el Líbano desaparece perderemos parte de nuestra confianza en el acercamiento entre los hombres y, por ende, en el futuro.” El P. Allard bajó la cabeza callado, luego contestó: “Eso exactamente pienso yo, pero no pierdo la esperanza”...

Collège Notre-Dame de Jamhour, LIBAN
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